Sherlock Holmes fue algo más que un personaje ficticio, audaz investigador con la inteligencia siempre a punto para resolver los más complejos crímenes haciendo frente a las más perversas mentes criminales.
Fue el precursor de muchas de las técnicas de investigación que hoy en día aceptamos como habituales y que en la época en la que fueron escritas las novelas no estaban en absoluto establecidas ni generalizadas en los procedimientos policiales o forenses y, si me apuras, científicos.
En los tiempos en los que Conan Doyle escribía las aventuras del conspicuo detective no existía la Ciencia Forense; se le llamaba «jurisprudencia médica», y eran los médicos los que aportaban sus conocimientos. La policía no contaba con ningún procedimiento establecido.
De hecho, a finales del siglo XIX, la escena del crimen era un escenario caótico donde desaparecían pruebas, carecían de método y, obviamente, esto no contribuía a la resolución del crimen.
Los cuerpos policiales de todo el mundo y las universidades donde se enseña investigación forense se basan en Sherlock Holmes y lo citan como modelo en sus clases. Contribuyó a sentar las bases de la investigación moderna sobre la escena de un crimen.
Seguramente, este cambio de filosofía a la hora de afrontar una investigación se debe a que Conan Doyle era médico y aplicaba a su personaje una «investigación científica», haciéndole llegar a conclusiones paso a paso, trabajando científicamente.
«Pruebas, mi querido Watson; necesitamos pruebas que confirmen nuestra hipótesis.»
Sherlock Holmes
Fuente: Desequilibros.blogspot.com.es, 20/06/13