El árbol genealógico
El árbol genealógico de mi familia está plantado en el patio de la casa de mis abuelos. Cada familia tiene su árbol, pero, claro está, solo puede estar en una casa. Me contaron que antes era el hijo o la hija mayor quien se quedaba en la casa familiar y cuidaba el árbol, pero que ahora se lo queda cualquiera de los hijos. Y los demás miembros de la familia que no viven en la casa del árbol siempre lo pueden dibujar en un papel y colgarlo de una pared en su casa.
Cuando nace un nuevo miembro de la familia, al árbol le sale una hojita nueva, y la persona que se encarga del mantenimiento del árbol escribe en esa hoja el nombre del recién nacido. Las hojas del árbol genealógico son hojas perennes, de un tipo que lo que se escribe en ellas queda ya inscrito para siempre. Mi abuelo, cuando me explica alguna historia familiar, lo hace al lado de un árbol. Y siempre insiste en que las ramas de arriba están ahí gracias a las ramas y al tronco de abajo, y a las raíces, que han hecho fuerte el árbol a través de los años.
Yo, concretamente, estoy en una rama de arriba, a la derecha, con mis padres y mi hermano (el otro día le hice una foto a mi hoja, un selfi).
De todas las hojas del árbol, yo solo he conocido a una parte muy pequeña. A veces, me gusta imaginar cómo sería un encuentro familiar en que estuviéramos todos. Seguro que habría un aire de familia: por ejemplo, ¿en cuántas ramas habría unos ojos verdes como los de mamá?, ¿o cuántos señores mayores y calvos como el abuelo? Quizá en esta reunión familiar habría algunos campesinos, o una cocinera, o un maestro... Y, cuando los viéramos a todos allí reunidos, ¿seguro que todos serían muy buenas personas y la mar de simpáticos?, ¿o habría alguien de quien más nos valiera apartarnos? Quien sabe.
Me gusta también pensar qué ramitas saldrán de la mía y cuántas hojas tendrán. Pero, para saberlo, no tengo más remedio que esperarme.
Salvador Comelles, Árboles, Anaya.