Isaías fue otro gran profeta, más importante que Jonás, pues Dios lo escogió para que hablara a su pueblo y tratara de convencerlos de volver a amarlo y obedecerle. Pero Dios le dijo a Isaías, “teniendo oídos no te van a escuchar”, y así fue que cuando Isaías les pidió que volvieran a obedecer la ley de Dios y abandonaran a los ídolos falsos, nadie le hizo caso y todos se burlaban de él.
Isaías les dijo que por su soberbia y desobediencia sufrirían mucho, y un tiempo después, el rey de Babilonia entró a Israel y conquistó Jerusalén. Destruyó el templo que había construido Salomón para adorar a Dios y se llevo a los israelitas a Babilonia como esclavos.
Durante muchos años estuvieron cautivos los israelitas en la tierra de Babilonia, hasta que un rey de Persia, Ciro, los liberó y los dejó volver a su tierra en Jerusalén, pues Dios lo movió con su amor. Ciro ordenó que todos los israelitas volvieran a Jerusalén y se aseguró de que recibieran toda la ayuda que fuera necesaria.
A pesar de esto los israelitas continuaron sufriendo constantemente y no volvieron a ser el gran pueblo que fueron bajo el rey David. Todo esto lo anunciaron Isaías y los demás profetas.