TEXTOS DE SHAKESPEARE
Macbeth. Enrique IV
El ruido y la furia
I
MACBETH.—No voy a volver: me asusta pensar en lo que he hecho. No me atrevo a volver.
LADY MACBETH.—¡Débil de ánimo! Dame los puñales. Los durmientes y los muertos son como retratos; solo el ojo de un niño teme ver un diablo en pintura. Si aún sangra, les untaré la cara a los criados para que parezca su crimen. (Sale. Llaman a la puerta dentro).
MACBETH.—¿Dónde llaman? ¿Qué me ocurre, que todo ruido me espanta? ¿Qué manos son estas? ¡Ah, me arrancan los ojos! ¿Me lavará esta sangre de la mano todo el océano de Neptuno? No, antes esta mano arrebolará el mar innumerable, volviendo rojas las aguas.
(Entra LADY MACBETH).
LADY MACBETH.—Mis manos tienen tu color, pero me avergonzaría llevar un corazón tan pálido.
II
MACBETH.—Ya casi he olvidado el sabor del miedo. Hubo un tiempo en que el sentido se me helaba al oír un chillido en la noche, y mi melena se erizaba ante un cuento aterrador cual si en ella hubiera vida. Me he saciado de espantos, y el horror, compañero de mi mente homicida, no me asusta. (Entra SEYTON). ¿Por qué esos gritos?
SEYTON.—Mi señor, la reina ha muerto.
MACBETH.—Había de morir tarde o temprano; alguna vez vendría tal noticia. Mañana, y mañana, y mañana se arrastra con paso mezquino día tras día hasta la sílaba final del tiempo escrito, y la luz de todo nuestro ayer guio a los bobos hacia el polvo de la muerte. ¡Apágate, breve llama! La vida es una sombra que camina, un pobre actor que en escena se arrebata y contonea y nunca más se le oye. Es un cuento que cuenta un idiota, lleno de ruido y de furia, que no significa nada.
William Shakespeare
Macbeth, Espasa Calpe
Enrique IV
Primera parte, acto I, escena II
FALSTAFF .—Bueno, Hal, ¿qué hora es ya, muchacho?
PRÍNCIPE HAL.—Estás tan atontado de beber vino, desabrocharte después de comer y dormir la siesta en los bancos, que no sabes preguntar lo que de verdad quieres saber. ¿Qué diablos te preocupa a ti la hora? Salvo que las horas fuesen copas de jerez, los minutos capones, los relojes lenguas de alcahuetas, los relojes de sol anuncios de burdeles y hasta el sol bendito una moza deslumbrante vestida de rojo tafetán, no veo por qué te molestas en preguntar la hora que es.
FALSTAFF.—Hal, has dado en el quid, pues los que robamos bolsas nos guiamos por la luna y las siete estrellas, no por Febo, ese hermoso caballero andante. Anda, pillete, cuando seas rey, Dios salve tu Gracia, mejor dicho, a Tu Majestad, pues la gracia no irá contigo.
Segunda parte, acto V, escena V
FALSTAFF .—¡Dios te guarde, rey Hal, mi rey Hal! […] ¡Mi rey, mi Júpiter! Te hablo a ti, amigo del alma.
REY HAL.—No te conozco, anciano; vete a rezar. ¡Qué mal sientan las canas a un bufón! Soñé con tal hombre mucho tiempo. Tan hinchado, tan viejo y malhablado, mas, ya despierto, el sueño me repugna. Desde hoy mengua el cuerpo y aumenta la virtud, deja de atracarte y piensa que la tumba se abre para ti tres veces más que para otros. No me respondas con ninguna bufonada, no imagines que soy ahora el que he sido, pues Dios sabe, y el mundo lo verá, que ya he repudiado al que antes fui y que lo haré con mis antiguas compañías. Cuando oigas que soy como era antes, acércate y serás como tú fuiste el maestro y nutridor de mis desórdenes. Hasta entonces te destierro, bajo pena capital, lo mismo que a mis otros corruptores, a diez millas de distancia de tu rey. Os daré lo necesario para que viváis sin que la pobreza os lleve al mal y, cuando sepa que os habéis reformado, seréis favorecidos según vuestra aptitud y vuestros méritos. Milord, encargaos de que tengan cumplimiento mis palabras.
William Shakespeare
Enrique IV, Espasa Calpe