En un lugar remoto durante la estación de otoño, cuando las uvas maduran, una zorra que vivía en una madriguera del bosque salía a cazar cada noche y se hartaba de ratones, que eran muy gordos. Lo cierto es que a nuestra amiga zorra le hubiera apetecido mucho más zamparse una buena gallina. Pero...
el guardián del gallinero era un perrazo enorme poco recomendable. Se veía obligada a contentarse con lo que el bosque le ofrecía: ratones, ranas y algún insecto en las noches de poca cacería.
Una mañana, la zorra se despertó con la garganta seca y decidió buscar algo refrescante que la saciara, algo distinto de lo que estaba acostumbrada a llevarse a la boca. Dándose una vuelta, se percató de una parra a la que le quedaba solamente un racimo de jugosas y frescas uvas por recolectar. Pensó para sí misma: «Este racimo no se me escapa, estoy harta de comer siempre lo mismo, y esas uvas...
, ¡Humm!, tan lindas, tan brillantes, tan frescas...
, ¡tienen que ser mías!».
El racimo estaba algo alto, por lo que la zorra tomó carrerilla y, ya con la boca abierta, pegó un salto con el que no logró alcanzar su objetivo. De nuevo saltó, pero...
¡qué va!, el salto se volvió a quedar corto. Sin embargo, la zorra no se desanimó. Otra vez tomó carrerilla y volvió a saltar: ¡nada! Probó una y otra vez, insistió hasta agotarse, pero las uvas parecían cada vez más altas e inaccesibles.
Harta y cansada, optó por rendirse. Esas uvas no estaban a su alcance y se tendría que contentar con mojar la lengua en alguna sucia charca poblada de ranas.
De repente, escuchó un ruido en lo alto de una rama: «¡Cra! ¡cra!». Una urraca graznaba, riéndose de ella.
—¡Ja, ja! No puedes llegar —dijo la urraca.
Avergonzada, la zorra exclamó:
—Estas uvas están muy verdes todavía, no me importa si no logro alcanzarlas: volveré cuando estén maduras.
La urraca se rio una vez más de ella, puesto que era evidente que las uvas estaban maduras y tenían un aspecto delicioso. Mientras la urraca seguía graznando, la zorra se alejó tratando de consolarse a sí misma inútilmente, y cuando ya la urraca no la veía, lloró de rabia y desesperación, puesto que no había podido calmar su hambre y, además, había sido avergonzada.
Esopo. (Adaptación).
- ¿Qué le habrías dicho tú a la zorra si hubieses estado en el lugar de la urraca?
- Escribe otro final para el cuento y explica por qué lo has elegido.