Con la implantación de la agricultura, las personas comenzaron a depender de los fenómenos atmosféricos para obtener buenas cosechas. Por eso, adoraban a las fuerzas de la naturaleza relacionadas con el cultivo de la tierra, como la lluvia, el Sol o las estrellas.
Rendían culto a la fertilidad de la tierra, pero también a la fecundidad de la mujer, ya que de ambas surgía la vida. La mujer a la que nuestros ancestros del Paleolítico consideraban un ser mágico, en el Neolítico alcanzó la categoría de diosa. De esta etapa se han conservado pequeñas figuras de arcilla conocidas como «diosas madre».
Continuaron enterrando a los muertos rodeados de ajuares y siguieron realizando pinturas, aunque distintas, porque hubo una importante evolución. Algunos de los mejores ejemplos se encuentran en España, en las pinturas de la zona levantina.