La lectura silenciosa
El texto de la lectura cuenta una curiosa historia sobre un globo. Concéntrate y léelo en silencio. Para hacerlo bien:
- Evita vocalizar mientras lees.
- No sigas con el dedo las palabras escritas.
- Respeta los signos de puntuación.
Al hacer una lectura silenciosa estamos más atentos, más concentrados. La concentración ayuda a comprender mejor lo que leemos.
Estábamos en la terraza, tomando el sol de los primeros días de mayo. Mi madre, mi hermano y yo. Mi hermano dijo que qué aburrido era tomar el sol. Que prefería hinchar globos a estar echado largo en el colchón de playa-terraza. Entonces, saqué un globo del bolsillo de mi pantalón y se lo di.
—Toma, para que te calles —le dije.
Lo cogió y empezó a hinchar el globo. Mi madre tenía puestas dos rodajas de pepino en los ojos, así que no lo pudo ver. Mi hermano empezó a soplar aire dentro del globo y, claro está, el globo comenzó a hincharse. Al principio se puso del tamaño de un melón, luego de una sandía. Y mi hermano continuaba soplando, qué pulmones.
El globo adquirió el tamaño de una pelota de baloncesto, de un jugador de baloncesto, de una pista de baloncesto, inmenso.
—Ten cuidado, no vayas a salir volando con el globo —le dije cuando el globo tomó forma de un globo de esos teledirigidos.
—Qué más quisiera yo —fue lo último que le oí a mi hermano antes de que saliera arrastrado por el globo rumbo a Marte o Júpiter.
—¿Dónde está tu hermano? —me preguntó mi madre cuando se despertó de su estado de modorra.
—Allí —le dije señalando un minúsculo punto en el cielo.
—No me querrás decir que ese punto de allí es tu hermano —se extrañó mi madre.
—No, ese punto no es mi hermano. Es el globo que estaba hinchando. Mi hermano es el que baja a la velocidad de la luz por allí —le dije señalando una estela en movimiento.
—Exagerado —me dijo mi madre metiéndose en casa.
Tuve el tiempo justo de colocar los tres colchones de aire y un flotador con cabeza de cisne en el punto exacto en el que cayó mi hermano.
—No te lo vas a creer —dijo mi hermano.
—Claro que no —le dije yo.
—A merendar —dijo mi madre.
Daniel Nesquens, Diecisiete cuentos y dos pingüinos. Ed. Anaya.
Modorra: sueño pesado.
Estela: rastro o huella que deja algo que pasa.
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