TEXTOS DE MOLIÉRE
Tartufo
Acto IV
[ORGÓN quiere casar a su hija con TARTUFO, que ha intentado seducir a su esposa ELMIRA].
ELMIRA.—Poneos debajo de esta mesa y esperad.
ORGÓN.—¿Cómo?
ELMIRA.—Escondeos bien; es muy necesario. […] No os escandalicéis en modo alguno, os lo ruego. Diga lo que diga, todo me estará permitido. Voy, por medio de zalamerías, y puesto que se me obliga a ello, a desenmascarar a ese alma hipócrita, a halagar los impúdicos deseos de su amor y a dar campo libre a su temeridad. Como es por vos, y para perderle mejor, por quien yo voy a fingir corresponder a su amor, cesaré en cuanto estéis convencido, y las cosas no llegarán más que hasta donde queráis. […] Aquí llega. Permaneced callado y tened cuidado que nadie os vea. […]
(TARTUFO, ELMIRA y ORGÓN, debajo de la mesa).
TARTUFO.—Se me ha dicho que queríais hablarme en este lugar.
ELMIRA.—Sí. Tengo que revelaros unos secretos. Pero antes de empezar cerrad esa puerta para que os lo diga y escudriñadlo todo por temor a que nos sorprendan (TARTUFO cierra la puerta y vuelve). […] Cuando yo misma os forcé a rechazar la boda que mi esposo acababa de anunciar, ¿no debisteis al punto comprender el interés que por vos existe y el pesar que habría de causar el que ese enlace decidido se realizara, al ver partido un corazón que alguien ansía entero para sí?
TARTUFO.—Es, sin duda, señora, un goce indecible oír esas palabras de una boca amada; su miel derrama en todos mis sentidos una dulzura jamás gustada. La dicha de agradaros es mi supremo afán, y mi corazón se extasía en todos vuestros deseos. Pero mi corazón os pide en este instante que le concedáis la libertad de atreverse a dudar un tanto de su felicidad. Podría yo creer que esas palabras son un honesto artificio para obligarme a deshacer un enlace concertado; y si me permitís hablaros claramente, de tan dulces palabras me fiaré solo cuando me otorguéis ciertos favores por los que suspiro y que vengan a confirmarme en todo cuanto aquellas han podido expresarme, afirmando en mi alma una fe constante en las dulces bondades que conmigo tenéis.
ELMIRA.—(Tosiendo, avisando a su marido). ¡Cómo! ¿Queréis ir tan deprisa y agotar desde el primer instante la ternura de mi corazón? Parece que sacrificarme en dulces confesiones no os basta… ¿No podéis sentiros satisfecho sin llegar a los últimos favores? […]
TARTUFO.—Si mis homenajes miráis benévolamente, ¿por qué negarme ahora la prueba definitiva?
ELMIRA.—¿Y cómo consentir en lo que deseáis sin ofender a ese cielo que tanto os preocupa?
TARTUFO.—Si es solamente el cielo lo que se opone a mis deseos, apartar tal obstáculo es fácil para mí, y por ello no debe contenerse vuestro corazón.
ELMIRA.—¡Mas nos atemorizan tanto con los decretos de la providencia!
TARTUFO.—Yo puedo disiparos esos temores ridículos, señora; conozco el arte de acallar los escrúpulos. El cielo prohíbe, en verdad, ciertos goces; mas pueden realizarse con él algunas transacciones… (Es un desalmado que habla). Según las necesidades, existe el arte de ensanchar los lazos de nuestra conciencia y de rectificar la maldad de los actos con la pureza de nuestras intenciones. Ya se os iniciará, señora, en esos secretos: no tenéis más que dejaros guiar; satisfaced mis deseos y no temáis; os respondo de todo y cargo con el pecado. (ELMIRA vuelve a toser). Toséis mucho, señora.
ELMIRA.—Sí, mucho. ¡Es mi cruz!
TARTUFO.—¿Queréis, para aliviaros, un poco de regaliz?
ELMIRA.—Es un catarro mal curado, sin duda; y bien que no servirán de nada todos los regalices del mundo.
TARTUFO.—Es realmente molesto.
ELMIRA.—Sí, más de lo que puede suponerse.
TARTUFO.—En suma, vuestro escrúpulo es fácil de deshacer. Podéis estar segura del secreto absoluto: el mal no está, señora, más que en su excesivo ruido. El escándalo social es el que origina la ofensa; pecar en silencio no es pecar.
ELMIRA.—En fin: veo que es forzoso resignarse a ceder; que debo consentir en concedéroslo.
Molière
Tartufo, Edaf